Mi súplica
Señor, deseo disponerme ante Vos.
A vuestra casa me acerco con cariño y respeto,
en oración contigo, con el amparo de María.
No traigo más equipaje que mi corazón desnudo.
Os pido que encaminéis mis pensamientos errantes,
que dirijáis mis sentidos,
que deis luz a mi espíritu en tinieblas,
que me abráis el corazón,
para que sea digno de glorificaros, de cantaros, de pregonaros.
Haced que temple mi lira
para ensalzar y pregonar
la imagen bella de tu Madre bienamada,
vuestra pasión enamorada
y el corazón, la pasión y los sentidos de esta vuestra Hermandad.
Quiera Vos que no naufrague
en la singladura que me espera.
Mi Salutación
Cuando allá hace cuatro meses, el Hermano Mayor me espetó con su conocido “Buenos días, hermano” y me indicó, sin llegar a sentarse siquiera, que venía a pedirme que pregonara a vuestra Hermandad, sinceramente no me paré en pensar mi respuesta ni en buscarle ninguna explicación racional a lo que me estaba proponiendo. Sinceramente ni había respuesta ni había explicación. Es probable que mi buen amigo Manolo Arqueros y su Junta de Gobierno, llevados por algún mal sueño o vencidos por el cansancio, no hayan recapacitado sobre tan temible elección. Perdonarles a ellos y a mí por convertiros inocentemente en víctimas de su afecto y del martirio de mis palabras.
Estos sentimientos me han acompañado durante todo este tiempo mientras peregrinaba por la prosa de este Pregón. A lo largo de esta peregrinación el sentido de mi insuficiencia creció todavía más. Y he ido comprendiendo cada vez mejor el grito de Moisés en el desierto, cuando se sintió aplastado bajo el peso de su responsabilidad.
Durante meses sobraban y faltaban palabras.
¡Qué diferencia tan grande
entre que te expliquen el mar y verlo,
bañarte, sentir su inmensidad, extasiarte en su horizonte,
contemplarlo en una noche de luna llena!
Y es que no se escribe por oficio,
salvo que la obediencia a la solicitud amiga abra el corazón.
No aflora por mandato el sentimiento arrebatado.
Pregonar requiere la escucha,
la sumisión a lo que siente el alma.
Al final y siempre,
ha sido su Pasión la que ha movido la mano...
y su Amparo la que ha borrado el miedo.
Se me pidió pregonar.
Y lo hago de buen grado
porque hago algo que surge de lo que sentimos dentro,
cumplo con algo sin hacer que sea pesado.
Actúo con el corazón, por amor, con alegría.
Hoy me siento privilegiado
al poder participar de este Pregón que se me encomienda.
Hoy me dispongo a hacerlo
con la gratitud de haber sido invitado.
Sr. Hermano Mayor y Sr. Cura Párroco y Consiliario de la Hermandad: Permitidme ambos la osadía y el atrevimiento de que en mi saludo no signifique a unos pocos en detrimento de otros muchos. Permitidme, simplemente, porque así lo siento, que me dirija a todos con una única palabra: Hermanos todos.
El corazón me lo demanda, al igual que me requiere agradecer desde la fraternidad las palabras de Germán, que en modo alguno merezco, y que no son, ni mucho menos, fruto de una apreciación objetiva de quien os habla sino resultado, seguro, del afecto y cariño con los que las ha impregnado.
Con la venia.
La Pasión de Dios Hombre: el Amor
No puedo separar mi pregón de la vida del autor. Separarlas sería no entender desde dónde han sido compuestas. He vivido con Él muchos años, aquéllos en los que la vida se va fraguando, situaciones muy diversas, días de claridad y gozo y otros de oscuridad y tristeza. Pero todos ellos a su lado era imposible vivirlos sin pasión, sin fe y sin amor. Su pasión es la fe y el amor. Es imposible entender su vida y su misterio sin ese canto.
Cada año, por este tiempo, las imágenes santas bajan de sus hornacinas sobre los altares, para salir afuera, a las calles y plazas, evocando la historia que redimió al hombre y actualizando el misterio de salvación que le devuelve la vida para siempre.
Son el evangelio escrito a golpe de cincel, que proclama la buena noticia con toda la fuerza de la fe, invitándonos a salir al encuentro del Señor, que continúa dando, al salir a la calle, el primer paso.
Señor: Creo en Ti y te Admiro.
Creo en Ti. Creo en Dios Padre y me reafirmo en mi Fe cuando lo contemplo en ese Crucificado que acompaña mi camino, y a quien le pido, cada día, me dé una vida serena y una muerte santa y buena, y al que, a pesar de darme Él el ciento por uno, sólo alcanzo, como el poeta, a intentar ofrecer mi ser, mi vida, mi amor, mi alegría y mi dolor, cuanto puedo y cuanto tengo, cuanto me has dado Señor.
Pero hoy confieso que, junto a ese Cristo de la Buena Muerte cuya devoción, sabes, profeso, admiro al Dios Hombre cuando te contemplo. Tengo la suerte de hacerlo no sólo el Lunes Santo, sino cada semana cuando en familia ocupamos uno de aquéllos últimos bancos. Junto a Ti. No es casual. Admiro tu faceta humana, que me lleva directamente y cada día a reforzar mi Fe en Dios.
Un solo Señor, un solo Dios.
Viéndote, Señor de Salud y Pasión, me doy cuenta de cómo Dios ha querido quedarse junto a nosotros mientras recorremos el camino de nuestra vida. Y has querido quedarte para que con tu trato tengamos las fuerzas precisas para andar bien; para que, mientras caminemos, nos alimentemos de Ti, para que mientras caminemos, alimentemos a los demás de Ti. Un camino que cada uno habrá de recorrer a su modo, con humildad, para saber que, incluso, a veces nuestro andar puede que no sea muy garboso.
Tu historia del Lunes Santo es la de todos los días, ya vengas de las calles con olor a mar del antiguo barrio de pescadores del Zapillo, o de esos aledaños de San Ildefonso impregnados de sabor torero, o de este populoso nuevo barrio de Oliveros, ejemplo de integración e identificación de Hermandad y Barrio. Tu historia es la historia de una gran pasión, de un amor apasionado, porque el amor implica necesariamente salir de uno mismo; implica, exige, donación y entrega. En tus ojos, en tus manos, en tu corazón, hay amor, que se entrega sin más, casi sin sentido.
Es el lado más humano de Dios el que contemplamos. De aquel Hombre lleno de amor, amor no correspondido, amor que se escapaba en cada latido de corazón, en cada gota de sangre que iba a ser derramada. Y Tú lo sabías. Eras Dios y te estabas muriendo de amor por todos.
Podríamos pensar que estamos en presencia de un hombre caído, de un hombre doblegado, sacudido por el vendaval de la ira, dirigida certeramente al punto más neurálgico de su alma, donde se escucha con toda su fuerza la pregunta que todo hombre dirige cuando se presenta el sufrimiento:
“Si me quieres, ¿por qué tengo que sufrir” ¿es realmente necesario todo esto?”
Cristo cae de rodillas, agobiado, exhausto, como si estas preguntas fueran amarras que tirasen de él hacia el suelo con una fuerza irresistible, o martillos golpeando sus sienes, impidiéndole mantenerse erguido.
Esta podría ser la pedrada que derribara a Jesús definitivamente en tierra. Pero no es así. Cristo se defiende de este ataque con la única arma a su alcance: la fe y el amor.
Hermano de salud y pasión ¿quién mejor que tú entiende estas palabras?
La historia de Cristo es la historia de una gran pasión, de un amor apasionado. Su pasión por el reino de Dios, por la curación de los enfermos, por la liberación de los humillados, por el perdón de los pecados.
El Cristo que amaba apasionadamente, el Cristo perseguido, el Cristo solitario, el Cristo torturado, el Cristo que sufrió ante el silencio de Dios es nuestro hermano, al que podemos confiarle todo, pues conoce y ha sufrido todo lo que puede afectarnos, al que debemos tender la mano. Esto debe ser hoy día uno de los grandes fines de nuestras Hermandades: Tendamos todos la mano. Sin que nadie tenga la necesidad de pedírnoslo. Seamos HERMANDAD, seamos HERMANOS. En una familia NADIE está de más.
Cristo no queda caído. Los cofrades diríamos, que gracias a Dios, porque de haber permanecido caído en tierra nos hubiéramos quedado sin la otra mitad de la Semana Santa. Cristo se levanta, y si alguien no lo cree, que mire sus manos portentosas.
Manos asidas a la Cruz del martirio, manos que mueven el mundo, manos que templan el dolor, manos que paran los grandes males, las malas rachas, manos que descubren las mentiras que se quedan y las verdades que pasan. Son manos que han trabajado, manos dignificadas por el dolor de la vida, manos de su Poder soberano, manos de afrentosa Sentencia, manos de Pasión.
¡Qué significado el de tus manos¡
Y nosotros, igual que él, tendamos la mano. Pero aquí y ahora.
Porque a Dios no sólo se le encuentra en el ámbito sagrado de ceremonias religiosas. Se le encuentra sobre todo en lo profano de la historia, en todos aquellos desamparados que Nuestra Señora protege bajo su bendito manto, donde se da el hambre, la sed, la desnutrición, el abandono o la marginación, la enfermedad y las cárceles. Dios está ahí, aunque a nosotros nos cueste creerlo. Dios está con los hambrientos, sedientos, abandonados, enfermos, desnudos y encarcelados, los que no consiguen alcanzar un mínimo de seguridad en el trabajo, las familias sin esperanza en el futuro, los extranjeros en busca de acogida y de inserción laboral, las personas marginadas por distintos motivos, a veces por su culpa, pero a veces también inocentemente, los que sufren todo tipo de calamidad. Hay que tener en cuenta a estos hermanos, para estar junto a ellos, para comprender su situación desde dentro, para compartir su historia dolorosa y tratar de aliviarla por todos los medios posibles.
No podemos despedir a un pobre, si tiene hambre, con un «Dios te bendiga». Primero debemos darle pan y después desearle la bendición del cielo. No hay ni Dios mío ni pan mío, sino Padre nuestro y pan nuestro de cada día.
Y tendamos la mano aquí y ahora, y quitémonos la venda, y tendamos la mano en especial en nuestras casas y en nuestras familias.
Estamos ocupados con nuestras preocupaciones y con nuestro trabajo hasta el punto de quedarnos ciegos. Nos matamos trabajando y ¿cómo va a atreverse cualquiera a cuestionarnos? ¿Cómo puede la esposa hacer caer en cuenta al marido, que llega todos los días tarde del trabajo, que quizás deba ocuparse un poco más de los hijos porque éstos necesitan un padre? Él piensa que hace todo por su familia, pero no se da cuenta que los hijos quieren más su tiempo y su presencia que su posición o su prestigio. ¿O cómo podrá el hombre exigir de su mujer que salga a pasear con él si todavía queda tanto por hacer en casa?
Frecuentemente nos atrincheramos detrás de nuestro trabajo para demostrarnos a nosotros mismos que todo lo hacemos bien. A menudo el trabajo parece un servicio en favor de los demás, cuando en realidad nos estamos sirviendo a nosotros mismos, a nuestra buena imagen, al deseo de quedar bien con todos.
Cuando pensamos que todo lo que hacemos debe ser perfecto nos hacemos la vida imposible y apenas nos podemos alegrar con lo que Dios nos regala. Estaremos continuamente fijados en nosotros y no encontraremos el camino del verdadero encuentro con Dios. No viviremos nunca el instante presente, siempre estaremos cavilando, dándole vueltas en la cabeza sobre lo que podríamos hacer mejor y esto nos impedirá descubrir a Dios, que realmente está muy cerca: está en una esposa amada, en unos padres admirados, en unos amigos entrañables, en unos hijos adorados. Está tan cerca que está en nuestras familias, en nuestras casas, en nuestras vidas.
Este culto no puede estar constituido por momentos aislados de la vida. Es la vida misma. Y lo que somos y queremos ser lo debemos expresar en una forma de vivir y en una forma de celebrar. Los pasillos, mesas, cuadros, muebles, son necesarios en una casa, pero lo esencial son las personas. El centro de la casa es siempre alguien.
Tendamos la mano aquí y ahora, porque Él se quedó para estar aquí y ahora.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús Nazareno
con la Cruz de tu pesar,
e indiferentes, vemos cómo tiemblas,
y levantarte tratas mas no puedes
y tus cansados músculos se tensan.
Apoyas una mano sobre el suelo,
levantas, angustiado, la cabeza,
y en mí fijas tus ojos suplicantes.
Parece que con ellos me dijeras:
¿Por qué no me levantas, hijo mío?
¿por qué caído, sin pesar me dejas?
Y yo sigo a tus ruegos ciego y sordo.
¡Señor!... ¿por qué no muero de vergüenza?
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús Nazareno
con la Cruz de tu pesar,
que de marineros vientos
se asomaron para verlo.
Vienes Jesús Nazareno,
que ese madero que cargas
deja sin fuerzas tu cuerpo,
y aún sin fuerzas sigue andando
tarde y noche del Lunes Santo.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús caminando
y yo ciego te contemplo:
vas mudo, triste, en silencio,
la cruz en tus hombros creciendo.
Cruz en donde suena el mundo:
para rezarte callando,
para rogar sin hablarlo,
pues no hacen falta los rezos.
Vienes a cuestas con la cruz,
caminas con amargura
se te quiebra la cintura,
la noche se llenó de luz.
Eres luz que resplandece
por los rincones del alma,
eres Sol cuando anochece
cuando a mi lado Tú pasas.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
con angustia tu vida,
con heridas tu Cuerpo.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
te nos quedaste vivo,
porque ibas a ser muerto;
porque iban a romperte,
te nos quedaste entero.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
gota a gota tu Sangre,
grano a grano tu Cuerpo:
un lagar y un molino
en dos trozos de Leño.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste todo:
amor y sentimiento,
ternura prodigiosa,
todo en Ti, tierra y cielo.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
vino de sed herida,
trigo de pan hambriento,
nada para el sentido,
todo para el misterio.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste nuestro,
deja que limpie tu rostro.
Te nos quedaste nuestro,
cargado con el silencio.
Te nos quedaste nuestro,
yo me entristezco.
Te nos quedaste nuestro,
Yo me silencio.
Te nos quedaste nuestro,
Cristo oculto.
Te nos quedaste nuestro,
Señor mío.
Yo te adoro, Cristo eterno.
Yo te sigo, Nazareno.
La vida del autor: Un acto creativo de Dios
Quien solamente vea en la Pasión de Cristo el sufrimiento de un buen hombre de Nazaret, tendrá un Dios que inevitablemente se volverá un poder celestial, frío y mudo, que no puede ser amado.
Si solamente fuera un hecho histórico, diríamos qué bien, tomaríamos nota y continuaríamos con nuestras vidas como siempre. Pero si se trata de un acto creativo de Dios, nacemos a una nueva vida cuando lo reconocemos cada día tomando forma y sentido en las calles de Almería, en nuestros barrios, en nuestras cofradías, en nuestros hogares, en nuestras familias. Dios es la fuerza que da vida.
Es cierto que la fe cristiana, para algunos, se encuentra hoy en un estado de variada y profunda incertidumbre. Es cierto que ahí está el pluralismo del mundo occidental, en el cual la fe se torna un asunto privado cualquiera. Es cierto que ahí está el falso talante del que algunos hacen gala y que utilizan para presionar el ambiente para que los cristianos que quieran vivir conforme a su fe lo hagan, en todo caso, en privado, que no hagan apostolado, que no defiendan en público sus creencias porque son chocantes y crean la polémica.
Pues os digo una cosa: Confesar a Cristo y seguirlo son dos caras de la misma moneda: de la vida en comunión con Cristo. No me avergüenzo de Cristo ni de mi fe. ¿Y por qué iba a hacerlo si de verdad creo en Él? La respuesta a esta pregunta no es sólo una respuesta de la razón, sino siempre también una respuesta de la vida.
Proclamemos enérgicamente un decidido canto a la vida, en defensa de los derechos de los no nacidos, de los más indefensos de nuestra sociedad, y de aquellos que al nacer van a ser “diferentes” y de los que no vamos a conocer sus sentimientos, alegrías y preocupaciones.
Tenemos una sociedad muy bien estructurada donde priman la defensa de los derechos del ciudadano, y hay defensores de todo y para todo, y de ahí figuras tan importantes como el Defensor del Pueblo, el Defensor del Paciente, el Defensor del Cliente, el Defensor del Niño… Deberíamos crear la figura del Defensor del que menos se puede defender, de aquél que no tiene voz, que su única misión es crecer y su único anhelo es nacer, del que no lo ha pedido pero que ha sido concebido y exige el derecho de ser alguien en esta vida y de no quedar en el camino.
Seamos progresistas, defendamos la vida, demos vida a la vida y huyamos de darle muerte a la vida, opongámonos a la pena de muerte desde la concepción hasta el final de nuestros días, rasguémonos las vestiduras ante las imágenes de niños muertos en las guerras o por inanición en el tercer mundo, pero mirémonos el ombligo de vez en cuando, sobre todo el ombligo creciente de la mujer embarazada.
Busquemos soluciones solidarias donde prime la defensa de los más indefensos y siempre pensando que ese no nacido podría ser yo, podrías haber sido tú, pero también podría haber sido aquél que quiere acabar con su vida.
Ella tomó su Cruz y le siguió
Sin duda, en aquella mañana de desamparo y abandono, Jesús, tras ser sentenciado, en su tortuoso camino hacia el Calvario, debió encontrarse con su madre o, al menos, cruzar con ella una mirada. Pero cabría afirmar con mayor certeza que, más que encuentro, hubo acompañamiento. María no se limitó a encontrarse con Jesús, sino que le acompañó a lo largo de aquel doloroso itinerario, le consoló como Madre de los Desamparados, le calmó con la Esperanza de la Resurrección y del triunfo de su Amor, quedó su corazón Traspasado por su Dolor, pero permaneció hasta al final al pie de la cruz. Desde entonces ya no se separó de su lado. Ella fue la primera que tomó su cruz y le siguió.
Este camino, también con su cruz, detrás de Jesús, es el que va recorriendo María en su Desamparo cada día, como la primera discípula de Jesús, que al escuchar la palabra la pone en práctica y sin avergonzarse de él, toma su cruz y le sigue. Su proximidad le conforta. Allí siempre está la Madre.
Ella, rostro divino y puro, siempre Madre atenta, la que llora... como lloran todas las madres, con su llanto sereno, pero no desamparada, porque a su alrededor tendrá el amparo de todos nosotros. Una Madre, como la nuestra: la me¬jor de las madres de la tierra. Es el amor, el dolor, la comprensión, el cuidado, la compañía de una Mujer, de una Madre, ante la paz, la serenidad, la dul¬zura y la placidez de la Pasión de su Hijo.
Afinidad tan grande entre la Madre y el Hijo, que la madre sufre en la carne del hijo, su propia carne.
Y con amor, nos volcamos con Ella, acompañándole en su dolor y así, entre todos, mitigar sus sufrimientos de Madre.
Los aires besan tus sienes
para aliviar tus heridas
y en saetas se convierten
y se posan en tu frente
como una golondrina.
Saetas fueron los vientos
cuando cubiertos de incienso
levantaron los faldones
y subieron a los cielos.
Clavel, oración y queja,
suspiro, lamento y rezo,
y amargo llanto de cera
sobre pañuelos de viento,
que están soplando saetas
desde balcones de ensueño.
Bien conocen los nazarenos y costaleros esos rostros serenos, algo cansados ya, que en alguna ocasión te han mirado con una sonrisa, adivinando tu identidad... Hijas, novias, esposas, madres... que no pocas veces te ayudan a soportar el cansancio con un inefable sentimiento de cercanía. Ellas están donde no llega nadie.
Las hemos visto tantas veces... Son para el hermano que realiza la estación de penitencia la imagen humana de una Hermandad oculta entre antifaces, muda, uniforme, donde adivinas, pero no ves el rostro del hermano, no escuchas su voz... Las mujeres te saben hermano más que nazareno, te escuchan, aunque no te hablen. Me recuerdan a la madre y a la esposa, siempre a tu lado en las primeras estaciones, esperándote antes, durante y después con el agua, el bocadillo... que cuando fuiste un poco mayor te hacía sentir un poco ridículo... y soportaba tus gestos de desagrado, diciéndole sin palabras que ya eras mayor... Ahora agradeces saber que alguien sigue contigo mientras haces penitencia. Esa es la familia.
El peso de la Cruz
Estas palabras las entiende, como nadie, el cirineo, el hermano y costalero, que con su cruz y la de los demás, con sus tristezas y anhelos, siempre está pendiente de la próxima levantá.
Hermano y costalero, cirineo, vas por el camino de las intuiciones, cargando en tu silencio con la vida. Vas donde el corazón te lleva, aunque la puerta sea estrecha y angosto el camino.
Tu deseo, cirineo, es ese momento que vives como si estuvieses en el cielo, donde llueve para todos, bueno, que llueva, pero no en Semana Santa, sale el sol para todas las inteligencias y la luz de la vida reparte sus colores sin diferencias, sin grises ni azules. Es el momento en el que sientes más que piensas y por ello no sufres nada.
Sois, hermanos costaleros, una escuela de la vida donde se aprende con humildad y sencillez el espíritu de sacrificio, el coraje, el trabajo bien hecho. Sin miedo, aunque te equivoques, sin abandonarse, con trabajo compartido, sin desaliento, como niños que se comunican con humor, sin mentiras, ni rencor, con el perdón en el hogar de la hermandad, por el camino correcto por el que nos conduce el capataz, sonrientes y optimistas, con fe y amor, sintiendo el deber cumplido, como anónimo cirineo, llevando en tu carga el misterio de la pasión, aliviando con tu esfuerzo la pasión de tus hermanos.
Y es que aflora el sentimiento de sentirse verdaderos hermanos.
Antes y después con los años,
muchas veces nos falta el aire... un poco de aliento,
y aunque miremos hacia atrás o a los lados... sin ver nada..
alguien va contigo... de la mano...
un amigo, un hermano.
En los momentos de alegría,
cuando festejas cada paso, cada estación, cada logro,
hay alguien que te lleva en sus hombros...
saludándote, abrazándote, siempre sonriéndote...
un amigo, un hermano.
En aquellos viejos y en estos nuevos tiempos,
en donde las lágrimas viajan por Su rostro,
a su lado, junto a sus pies... alguien sufre...
y pide al cielo que ya no llores...
un amigo, un hermano.
Durante las épocas de dolor,
cuando los lamentos no te dejan,
alguien lucha tratando de animarte,
feroz héroe contra el mundo...
un amigo, un hermano.
Bajo la intimidad que ofrece la noche sin luna,
mil historias son contadas por los Ángeles...
para que alguien te las susurre al oído...
un amigo, un hermano.
Arrastrando la mirada por los viejos caminos,
en busca de palabras bellas y expresiones únicas...
tratando de decirte que nunca te olvida...
hay un buen hombre...
un amigo, un hermano.
Ser hermano es no
tener miedo a la verdad,
no tener nada que ocultar.
Ser hermano es Respetar en silencio las decisiones tomadas
aún cuando no se esté de acuerdo con ellas.
Ser hermano es no cuestionar.
Saber escuchar y saber callar.
Ser hermano es apoyar
y dar un abrazo fraterno.
Ser hermano es saber decir en el momento preciso las palabras adecuadas,
sin tener que buscarlas.
Ser hermano es aceptar que nadie es perfecto
y que por lo tanto nadie está exento de cometer errores.
Ser hermano es apoyar en las decisiones y momentos difíciles.
Ser hermano es respeto mutuo.
Es compartir, dar sin esperar recibir.
Y ser hermano para nosotros es...
¡¡Justo lo que hemos encontrado en Ti!!
Mi reflexión: la estación de penitencia
En Ti, Señor de Pasión. Tú viviste una Pasión, tu Pasión, que nosotros hemos hecho nuestra porque por nosotros la sufriste. La recordamos, la recreamos, pero quizás no de la forma que deberíamos, quizá no de la forma que a Tí te gustaría, y perdonarme si desde el púlpito de vuestro pregón me permito elevar mi reflexión.
Y es que no quiero renunciar a la esperanza y la ilusión de que algún día, más cercano que lejano, puedan nuestras Hermandades hacer verdadera Estación de Penitencia.
A todos los que han sido y han estado antes, Gracias, mil gracias, porque si no es por vuestra labor en los momentos más difíciles hoy no tendríamos nada. Gracias por hacer lo que teníais que hacer, por levantar lo que estaba hundido, casi extinguido. Esa fue vuestra labor y la habéis cumplido a la perfección.
Pero ya han pasado esos tiempos de resurgimiento y es hora del cambio. Ahora toca devolverle a la Almería cofrade su grandeza, su sentido y su espiritualidad para que los hermanos volvamos a ser cofrades, los cofrades volvamos a ser hermanos y las cofradías penitenciales.
No podemos contribuir, ni por acción ni por pasividad, ni siquiera por ignorancia, porque pensemos que ello siempre ha sido así, a convertir nuestras cofradías en meros desfiles procesionales superficiales y carentes de todo sentido penitencial, sin advertir la gran contradicción que supone salir en penitencia sin hacer Estación de Penitencia. No nos podemos sentir hipotecados por los errores del pasado.
No quiero que los cofrades seamos simples figurantes de un teatrillo, centrado en el lucimiento más superficial de los cortejos, de los pasos y de las imágenes. No quiero salir en desfile, no quiero salir a pasearnos, no quiero contribuir a que se mantenga la falaz idea de que las Cofradías, las Hermandades, la Semana Santa es una expresión de cultura, de un folclore sin fundamento, porque, si fuera así, no tiene ninguna utilidad y lo que no sirve se extingue.
Nos sorprende cuando vemos en otras ciudades larguísimas colas de nazarenos que se dirigen a su Catedral con el máximo respeto y el único objetivo de visitar y rendir pleitesía al Santísimo, todos juntos en hermandad, y volver a su templo, todos juntos en hermandad, y nos preguntamos por qué en Almería no. Tenemos la respuesta frente a nuestras narices. No sigamos dormidos. No quiero sentirme privado de la función principal de los cofrades: Manifestar públicamente mi Fe.
Hermanos: Quiero, con mis hermanos, hacer Estación de Penitencia ante el Santísimo. Ese es el verdadero por qué y para qué: Rendirle Pleitesía, pedirle Perdón, darle Gracias, Alabarlo y Glorificarlo.
Quiero hacer las cosas con criterio cofrade. Este es mi criterio, que no tiene que ser el tuyo, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero hacer las cosas con fundamento cofrade. Este es mi fundamento, que no tiene que ser el tuyo, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero hacer las cosas conforme a unos principios cofrades. Estos son mis principios, que no tienen que ser los tuyos, aunque me gustaría que lo fueran.
Quiero mantener viva la esperanza. La esperanza de que esto tiene que cambiar, que no nos lo va a cambiar nadie, que tenemos que cambiarlo nosotros. Esa es mi esperanza, que no tiene que ser la tuya, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero expresar públicamente que mantengo viva la llama de la Fe que me enseñaron mis padres y que intentamos trasladar a nuestros hijos, siguiéndoles a ellos en el ejemplo. Esa es la Fe, mi Fe, que también es la tuya.
Quiero ir no simplemente a hacer algo que es típico del almeriense desde antaño, dar una vuelta por el Paseo, no. Quiero ir donde tengo que ir, como un cofrade almeriense, con mis hermanos, que también son los tuyos, y acompañando a mi Señor y a Su Madre, que también tuyos son.
Quiero rezar ante el mismo Jesucristo. Ese Dios, que es mi Dios y que también tuyo es.
Mi sueño
Quizás sea un sueño. Pero también son sentimientos.
Sentimientos que también están presentes en los cultos,
en una marcha procesional,
en el quebrado lamento de una saeta,
en anómimos antifaces y túnicas a la débil luz de los ci¬rios,
en el incienso percibido como perfume,
en la cera que arde con olor inconfundible en la candelería de un pa¬lio,
en la fragancia de una flor llevada desde el exorno de un paso al cobijo del hogar para una madre, para una esposa o para una hija,
en la sensación extraña de la boca reseca y la cintura en¬tumecida cuando te desprendes de la faja aca¬bada la dura penitencia;
y sentimientos igualmente presentes en un paso bien llevado,
en el andar costalero a ras de tierra
y en la cima mayor de una levantá al cielo,
en el vaho caliente bajo el faldón de la trabajadera, que son ...
repiqueteo de varal y bambalina,
seco golpe de llamador
y voz de mando frente a la trabajadera,
que se vuelve silencio penitente
u oración en voz alta
ante el paso de tu Virgen
o debajo del paso de Cristo.
Son sentimientos y sueños que algunos llevamos dentro.
Y es que ayer tuve un sueño.
Y despierto,
quise venir corriendo.
No podía preguntar,
necesitaba verlo.
Y al verte, Señor mío
quise soñar despierto.
Y Soñé despierto,
que llegaba la mañana,
y que en calle de poeta
hoy el aire se estrenaba,
una nueva luz se hacía,
un nuevo sol nacía y
afloraba el sentimiento.
Y Soñé despierto
que llegaba la mañana,
y al acercarme escuchaba
sonidos que proclamaban
capirotes y sandalias,
antifaces penitentes,
azahares y aromas de incienso.
Y soñé despierto,
que llegaba la mañana,
que se fundía el fuego de cera,
y me crucé con la gente
por la puerta de tu templo
que de corazón rezaban
mientras iban en silencio.
Y soñé despierto,
que llegaba la mañana,
y vi sus caras tan serias
como el sol en el ocaso
que decían que pasaba
algo grande y nunca visto
aun sin llegar a tu encuentro.
Y al entrar vi mi sueño:
Señor de mano apoyada
aquí en su casa a lo lejos ya lo veo,
con su camisa planchada,
sus dos pies ¡qué bien los planta!
como los grandes toreros,
porque puede y porque manda.
Al Señor en besamanos
en pie le he visto su cara.
Los que estaban esperando
la puerta ahora traspasan,
y buscan este rincón
para ver qué es lo que pasa.
La gente besa sus manos,
de oro un cordón lo amarra,
Te fijas que las mujeres
al Señor van y le hablan.
Y Él está allí, tan humano,
que hasta parece escucharlas,
Y una madre le decía,
aún escucho sus palabras:
"Muchos años, Hijo mío,
tus manos quiero besarlas."
Viendo al Señor se diría
que este Señor tiene alma,
del modo con que lo miran
las madres y las infantas;
del modo con que un hermano,
silencio en la mirada,
le va limpiando sus sienes
con una telita blanca.
Y es que Dios, por primavera,
cada año viene a esta plaza
para enseñarle sus manos
a aquél que quiera besarlas
y ver que Dios tiene manos,
tiene unas manos humanas...
Y es que Almería estrena,
para Él, Semana Santa.
El final
Con todo lo que hemos visto, con todo lo que hemos sentido hasta hoy, con todo lo que hemos soñado, no era sino el prólogo de cuanto a partir de ahora vamos a vivir. Hasta ayer pudimos todavía detener el tiempo de la Semana Santa. A partir de hoy es ya el tiempo el que nos domina a nosotros.
No terminaremos de dudar que sea verdad este sueño del Señor de Pasión; no terminaremos de dudar de que existan las manos del Señor de Pasión, cuando volveremos a dudar de que sea verdad que está en la calle el Señor...
Nos preparamos para un sentimiento renovado, y es que la tarde del Lunes Santo, y sobre todo esa noche, los almerienses, a menudo conformistas y fríos, nunca acabaremos de creernos que es verdad todo cuanto estamos viviendo.
Cuando tienes que decir adiós...
y la palabra adecuada no ocupa tu verbo
y el tiempo se detiene sin excusa...
cuando tienes que decir adiós
y el sol se esconde
y el viento sopla sin destino...
cuando tienes que decir adiós..
y sus indómitas manos
no sueltan tus pensamientos …
cuando tienes que decir adiós...
y en silencio tu alma grita
y sin lágrimas tus ojos lloran
y tu alma se seca sin consuelo...
cuando tienes que decir adiós …
sólo me atrevo a darte gracias.
Gracias a Ti, María de los Desamparados.
Gracias por ser nuestra luz, nuestra guarda y guía, por ser nuestro refugio y faro en la singladura de nuestra vida.
Gracias por poder vivir a tu lado, recibiendo de Ti ternura tras ternura.
Gracias por ser la Madre de Dios, la Reina del Cielo y en Almería la Señora de la Pasión.
Gracias por ser nuestra madre, por habernos alimentado, cuidado, abrazado, protegido, amparado.
Gracias por permitirnos ser tu peana y disfrutar de Ti tantos años.
Y gracias, en definitiva, porque sé que estás ahí, que estás aquí, porque sé que vas a volver a pasear por nuestras calles, y porque sé que vamos a estar contigo de nuevo, cumpliendo nuestro deseo de veros alabada y amada de todos.
Te suplico, pues, Señora de los Desamparados, que supláis nuestras flaquezas, que aceptéis nuestros pobres servicios y que bendigáis nuestras fatigas, imprimiendo en el corazón de todos vuestro amor, a fin de que después de haberte honrado y amado sobre nuestra tierra, podamos alabarte y bendecirte eternamente en el cielo. Así sea.
He dicho.
Señor, deseo disponerme ante Vos.
A vuestra casa me acerco con cariño y respeto,
en oración contigo, con el amparo de María.
No traigo más equipaje que mi corazón desnudo.
Os pido que encaminéis mis pensamientos errantes,
que dirijáis mis sentidos,
que deis luz a mi espíritu en tinieblas,
que me abráis el corazón,
para que sea digno de glorificaros, de cantaros, de pregonaros.
Haced que temple mi lira
para ensalzar y pregonar
la imagen bella de tu Madre bienamada,
vuestra pasión enamorada
y el corazón, la pasión y los sentidos de esta vuestra Hermandad.
Quiera Vos que no naufrague
en la singladura que me espera.
Mi Salutación
Cuando allá hace cuatro meses, el Hermano Mayor me espetó con su conocido “Buenos días, hermano” y me indicó, sin llegar a sentarse siquiera, que venía a pedirme que pregonara a vuestra Hermandad, sinceramente no me paré en pensar mi respuesta ni en buscarle ninguna explicación racional a lo que me estaba proponiendo. Sinceramente ni había respuesta ni había explicación. Es probable que mi buen amigo Manolo Arqueros y su Junta de Gobierno, llevados por algún mal sueño o vencidos por el cansancio, no hayan recapacitado sobre tan temible elección. Perdonarles a ellos y a mí por convertiros inocentemente en víctimas de su afecto y del martirio de mis palabras.
Estos sentimientos me han acompañado durante todo este tiempo mientras peregrinaba por la prosa de este Pregón. A lo largo de esta peregrinación el sentido de mi insuficiencia creció todavía más. Y he ido comprendiendo cada vez mejor el grito de Moisés en el desierto, cuando se sintió aplastado bajo el peso de su responsabilidad.
Durante meses sobraban y faltaban palabras.
¡Qué diferencia tan grande
entre que te expliquen el mar y verlo,
bañarte, sentir su inmensidad, extasiarte en su horizonte,
contemplarlo en una noche de luna llena!
Y es que no se escribe por oficio,
salvo que la obediencia a la solicitud amiga abra el corazón.
No aflora por mandato el sentimiento arrebatado.
Pregonar requiere la escucha,
la sumisión a lo que siente el alma.
Al final y siempre,
ha sido su Pasión la que ha movido la mano...
y su Amparo la que ha borrado el miedo.
Se me pidió pregonar.
Y lo hago de buen grado
porque hago algo que surge de lo que sentimos dentro,
cumplo con algo sin hacer que sea pesado.
Actúo con el corazón, por amor, con alegría.
Hoy me siento privilegiado
al poder participar de este Pregón que se me encomienda.
Hoy me dispongo a hacerlo
con la gratitud de haber sido invitado.
Sr. Hermano Mayor y Sr. Cura Párroco y Consiliario de la Hermandad: Permitidme ambos la osadía y el atrevimiento de que en mi saludo no signifique a unos pocos en detrimento de otros muchos. Permitidme, simplemente, porque así lo siento, que me dirija a todos con una única palabra: Hermanos todos.
El corazón me lo demanda, al igual que me requiere agradecer desde la fraternidad las palabras de Germán, que en modo alguno merezco, y que no son, ni mucho menos, fruto de una apreciación objetiva de quien os habla sino resultado, seguro, del afecto y cariño con los que las ha impregnado.
Con la venia.
La Pasión de Dios Hombre: el Amor
No puedo separar mi pregón de la vida del autor. Separarlas sería no entender desde dónde han sido compuestas. He vivido con Él muchos años, aquéllos en los que la vida se va fraguando, situaciones muy diversas, días de claridad y gozo y otros de oscuridad y tristeza. Pero todos ellos a su lado era imposible vivirlos sin pasión, sin fe y sin amor. Su pasión es la fe y el amor. Es imposible entender su vida y su misterio sin ese canto.
Cada año, por este tiempo, las imágenes santas bajan de sus hornacinas sobre los altares, para salir afuera, a las calles y plazas, evocando la historia que redimió al hombre y actualizando el misterio de salvación que le devuelve la vida para siempre.
Son el evangelio escrito a golpe de cincel, que proclama la buena noticia con toda la fuerza de la fe, invitándonos a salir al encuentro del Señor, que continúa dando, al salir a la calle, el primer paso.
Señor: Creo en Ti y te Admiro.
Creo en Ti. Creo en Dios Padre y me reafirmo en mi Fe cuando lo contemplo en ese Crucificado que acompaña mi camino, y a quien le pido, cada día, me dé una vida serena y una muerte santa y buena, y al que, a pesar de darme Él el ciento por uno, sólo alcanzo, como el poeta, a intentar ofrecer mi ser, mi vida, mi amor, mi alegría y mi dolor, cuanto puedo y cuanto tengo, cuanto me has dado Señor.
Pero hoy confieso que, junto a ese Cristo de la Buena Muerte cuya devoción, sabes, profeso, admiro al Dios Hombre cuando te contemplo. Tengo la suerte de hacerlo no sólo el Lunes Santo, sino cada semana cuando en familia ocupamos uno de aquéllos últimos bancos. Junto a Ti. No es casual. Admiro tu faceta humana, que me lleva directamente y cada día a reforzar mi Fe en Dios.
Un solo Señor, un solo Dios.
Viéndote, Señor de Salud y Pasión, me doy cuenta de cómo Dios ha querido quedarse junto a nosotros mientras recorremos el camino de nuestra vida. Y has querido quedarte para que con tu trato tengamos las fuerzas precisas para andar bien; para que, mientras caminemos, nos alimentemos de Ti, para que mientras caminemos, alimentemos a los demás de Ti. Un camino que cada uno habrá de recorrer a su modo, con humildad, para saber que, incluso, a veces nuestro andar puede que no sea muy garboso.
Tu historia del Lunes Santo es la de todos los días, ya vengas de las calles con olor a mar del antiguo barrio de pescadores del Zapillo, o de esos aledaños de San Ildefonso impregnados de sabor torero, o de este populoso nuevo barrio de Oliveros, ejemplo de integración e identificación de Hermandad y Barrio. Tu historia es la historia de una gran pasión, de un amor apasionado, porque el amor implica necesariamente salir de uno mismo; implica, exige, donación y entrega. En tus ojos, en tus manos, en tu corazón, hay amor, que se entrega sin más, casi sin sentido.
Es el lado más humano de Dios el que contemplamos. De aquel Hombre lleno de amor, amor no correspondido, amor que se escapaba en cada latido de corazón, en cada gota de sangre que iba a ser derramada. Y Tú lo sabías. Eras Dios y te estabas muriendo de amor por todos.
Podríamos pensar que estamos en presencia de un hombre caído, de un hombre doblegado, sacudido por el vendaval de la ira, dirigida certeramente al punto más neurálgico de su alma, donde se escucha con toda su fuerza la pregunta que todo hombre dirige cuando se presenta el sufrimiento:
“Si me quieres, ¿por qué tengo que sufrir” ¿es realmente necesario todo esto?”
Cristo cae de rodillas, agobiado, exhausto, como si estas preguntas fueran amarras que tirasen de él hacia el suelo con una fuerza irresistible, o martillos golpeando sus sienes, impidiéndole mantenerse erguido.
Esta podría ser la pedrada que derribara a Jesús definitivamente en tierra. Pero no es así. Cristo se defiende de este ataque con la única arma a su alcance: la fe y el amor.
Hermano de salud y pasión ¿quién mejor que tú entiende estas palabras?
La historia de Cristo es la historia de una gran pasión, de un amor apasionado. Su pasión por el reino de Dios, por la curación de los enfermos, por la liberación de los humillados, por el perdón de los pecados.
El Cristo que amaba apasionadamente, el Cristo perseguido, el Cristo solitario, el Cristo torturado, el Cristo que sufrió ante el silencio de Dios es nuestro hermano, al que podemos confiarle todo, pues conoce y ha sufrido todo lo que puede afectarnos, al que debemos tender la mano. Esto debe ser hoy día uno de los grandes fines de nuestras Hermandades: Tendamos todos la mano. Sin que nadie tenga la necesidad de pedírnoslo. Seamos HERMANDAD, seamos HERMANOS. En una familia NADIE está de más.
Cristo no queda caído. Los cofrades diríamos, que gracias a Dios, porque de haber permanecido caído en tierra nos hubiéramos quedado sin la otra mitad de la Semana Santa. Cristo se levanta, y si alguien no lo cree, que mire sus manos portentosas.
Manos asidas a la Cruz del martirio, manos que mueven el mundo, manos que templan el dolor, manos que paran los grandes males, las malas rachas, manos que descubren las mentiras que se quedan y las verdades que pasan. Son manos que han trabajado, manos dignificadas por el dolor de la vida, manos de su Poder soberano, manos de afrentosa Sentencia, manos de Pasión.
¡Qué significado el de tus manos¡
Y nosotros, igual que él, tendamos la mano. Pero aquí y ahora.
Porque a Dios no sólo se le encuentra en el ámbito sagrado de ceremonias religiosas. Se le encuentra sobre todo en lo profano de la historia, en todos aquellos desamparados que Nuestra Señora protege bajo su bendito manto, donde se da el hambre, la sed, la desnutrición, el abandono o la marginación, la enfermedad y las cárceles. Dios está ahí, aunque a nosotros nos cueste creerlo. Dios está con los hambrientos, sedientos, abandonados, enfermos, desnudos y encarcelados, los que no consiguen alcanzar un mínimo de seguridad en el trabajo, las familias sin esperanza en el futuro, los extranjeros en busca de acogida y de inserción laboral, las personas marginadas por distintos motivos, a veces por su culpa, pero a veces también inocentemente, los que sufren todo tipo de calamidad. Hay que tener en cuenta a estos hermanos, para estar junto a ellos, para comprender su situación desde dentro, para compartir su historia dolorosa y tratar de aliviarla por todos los medios posibles.
No podemos despedir a un pobre, si tiene hambre, con un «Dios te bendiga». Primero debemos darle pan y después desearle la bendición del cielo. No hay ni Dios mío ni pan mío, sino Padre nuestro y pan nuestro de cada día.
Y tendamos la mano aquí y ahora, y quitémonos la venda, y tendamos la mano en especial en nuestras casas y en nuestras familias.
Estamos ocupados con nuestras preocupaciones y con nuestro trabajo hasta el punto de quedarnos ciegos. Nos matamos trabajando y ¿cómo va a atreverse cualquiera a cuestionarnos? ¿Cómo puede la esposa hacer caer en cuenta al marido, que llega todos los días tarde del trabajo, que quizás deba ocuparse un poco más de los hijos porque éstos necesitan un padre? Él piensa que hace todo por su familia, pero no se da cuenta que los hijos quieren más su tiempo y su presencia que su posición o su prestigio. ¿O cómo podrá el hombre exigir de su mujer que salga a pasear con él si todavía queda tanto por hacer en casa?
Frecuentemente nos atrincheramos detrás de nuestro trabajo para demostrarnos a nosotros mismos que todo lo hacemos bien. A menudo el trabajo parece un servicio en favor de los demás, cuando en realidad nos estamos sirviendo a nosotros mismos, a nuestra buena imagen, al deseo de quedar bien con todos.
Cuando pensamos que todo lo que hacemos debe ser perfecto nos hacemos la vida imposible y apenas nos podemos alegrar con lo que Dios nos regala. Estaremos continuamente fijados en nosotros y no encontraremos el camino del verdadero encuentro con Dios. No viviremos nunca el instante presente, siempre estaremos cavilando, dándole vueltas en la cabeza sobre lo que podríamos hacer mejor y esto nos impedirá descubrir a Dios, que realmente está muy cerca: está en una esposa amada, en unos padres admirados, en unos amigos entrañables, en unos hijos adorados. Está tan cerca que está en nuestras familias, en nuestras casas, en nuestras vidas.
Este culto no puede estar constituido por momentos aislados de la vida. Es la vida misma. Y lo que somos y queremos ser lo debemos expresar en una forma de vivir y en una forma de celebrar. Los pasillos, mesas, cuadros, muebles, son necesarios en una casa, pero lo esencial son las personas. El centro de la casa es siempre alguien.
Tendamos la mano aquí y ahora, porque Él se quedó para estar aquí y ahora.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús Nazareno
con la Cruz de tu pesar,
e indiferentes, vemos cómo tiemblas,
y levantarte tratas mas no puedes
y tus cansados músculos se tensan.
Apoyas una mano sobre el suelo,
levantas, angustiado, la cabeza,
y en mí fijas tus ojos suplicantes.
Parece que con ellos me dijeras:
¿Por qué no me levantas, hijo mío?
¿por qué caído, sin pesar me dejas?
Y yo sigo a tus ruegos ciego y sordo.
¡Señor!... ¿por qué no muero de vergüenza?
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús Nazareno
con la Cruz de tu pesar,
que de marineros vientos
se asomaron para verlo.
Vienes Jesús Nazareno,
que ese madero que cargas
deja sin fuerzas tu cuerpo,
y aún sin fuerzas sigue andando
tarde y noche del Lunes Santo.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Vienes Jesús caminando
y yo ciego te contemplo:
vas mudo, triste, en silencio,
la cruz en tus hombros creciendo.
Cruz en donde suena el mundo:
para rezarte callando,
para rogar sin hablarlo,
pues no hacen falta los rezos.
Vienes a cuestas con la cruz,
caminas con amargura
se te quiebra la cintura,
la noche se llenó de luz.
Eres luz que resplandece
por los rincones del alma,
eres Sol cuando anochece
cuando a mi lado Tú pasas.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
con angustia tu vida,
con heridas tu Cuerpo.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
te nos quedaste vivo,
porque ibas a ser muerto;
porque iban a romperte,
te nos quedaste entero.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
gota a gota tu Sangre,
grano a grano tu Cuerpo:
un lagar y un molino
en dos trozos de Leño.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste todo:
amor y sentimiento,
ternura prodigiosa,
todo en Ti, tierra y cielo.
Aquella noche santa
te nos quedaste nuestro,
vino de sed herida,
trigo de pan hambriento,
nada para el sentido,
todo para el misterio.
Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.
Te nos quedaste nuestro,
deja que limpie tu rostro.
Te nos quedaste nuestro,
cargado con el silencio.
Te nos quedaste nuestro,
yo me entristezco.
Te nos quedaste nuestro,
Yo me silencio.
Te nos quedaste nuestro,
Cristo oculto.
Te nos quedaste nuestro,
Señor mío.
Yo te adoro, Cristo eterno.
Yo te sigo, Nazareno.
La vida del autor: Un acto creativo de Dios
Quien solamente vea en la Pasión de Cristo el sufrimiento de un buen hombre de Nazaret, tendrá un Dios que inevitablemente se volverá un poder celestial, frío y mudo, que no puede ser amado.
Si solamente fuera un hecho histórico, diríamos qué bien, tomaríamos nota y continuaríamos con nuestras vidas como siempre. Pero si se trata de un acto creativo de Dios, nacemos a una nueva vida cuando lo reconocemos cada día tomando forma y sentido en las calles de Almería, en nuestros barrios, en nuestras cofradías, en nuestros hogares, en nuestras familias. Dios es la fuerza que da vida.
Es cierto que la fe cristiana, para algunos, se encuentra hoy en un estado de variada y profunda incertidumbre. Es cierto que ahí está el pluralismo del mundo occidental, en el cual la fe se torna un asunto privado cualquiera. Es cierto que ahí está el falso talante del que algunos hacen gala y que utilizan para presionar el ambiente para que los cristianos que quieran vivir conforme a su fe lo hagan, en todo caso, en privado, que no hagan apostolado, que no defiendan en público sus creencias porque son chocantes y crean la polémica.
Pues os digo una cosa: Confesar a Cristo y seguirlo son dos caras de la misma moneda: de la vida en comunión con Cristo. No me avergüenzo de Cristo ni de mi fe. ¿Y por qué iba a hacerlo si de verdad creo en Él? La respuesta a esta pregunta no es sólo una respuesta de la razón, sino siempre también una respuesta de la vida.
Proclamemos enérgicamente un decidido canto a la vida, en defensa de los derechos de los no nacidos, de los más indefensos de nuestra sociedad, y de aquellos que al nacer van a ser “diferentes” y de los que no vamos a conocer sus sentimientos, alegrías y preocupaciones.
Tenemos una sociedad muy bien estructurada donde priman la defensa de los derechos del ciudadano, y hay defensores de todo y para todo, y de ahí figuras tan importantes como el Defensor del Pueblo, el Defensor del Paciente, el Defensor del Cliente, el Defensor del Niño… Deberíamos crear la figura del Defensor del que menos se puede defender, de aquél que no tiene voz, que su única misión es crecer y su único anhelo es nacer, del que no lo ha pedido pero que ha sido concebido y exige el derecho de ser alguien en esta vida y de no quedar en el camino.
Seamos progresistas, defendamos la vida, demos vida a la vida y huyamos de darle muerte a la vida, opongámonos a la pena de muerte desde la concepción hasta el final de nuestros días, rasguémonos las vestiduras ante las imágenes de niños muertos en las guerras o por inanición en el tercer mundo, pero mirémonos el ombligo de vez en cuando, sobre todo el ombligo creciente de la mujer embarazada.
Busquemos soluciones solidarias donde prime la defensa de los más indefensos y siempre pensando que ese no nacido podría ser yo, podrías haber sido tú, pero también podría haber sido aquél que quiere acabar con su vida.
Ella tomó su Cruz y le siguió
Sin duda, en aquella mañana de desamparo y abandono, Jesús, tras ser sentenciado, en su tortuoso camino hacia el Calvario, debió encontrarse con su madre o, al menos, cruzar con ella una mirada. Pero cabría afirmar con mayor certeza que, más que encuentro, hubo acompañamiento. María no se limitó a encontrarse con Jesús, sino que le acompañó a lo largo de aquel doloroso itinerario, le consoló como Madre de los Desamparados, le calmó con la Esperanza de la Resurrección y del triunfo de su Amor, quedó su corazón Traspasado por su Dolor, pero permaneció hasta al final al pie de la cruz. Desde entonces ya no se separó de su lado. Ella fue la primera que tomó su cruz y le siguió.
Este camino, también con su cruz, detrás de Jesús, es el que va recorriendo María en su Desamparo cada día, como la primera discípula de Jesús, que al escuchar la palabra la pone en práctica y sin avergonzarse de él, toma su cruz y le sigue. Su proximidad le conforta. Allí siempre está la Madre.
Ella, rostro divino y puro, siempre Madre atenta, la que llora... como lloran todas las madres, con su llanto sereno, pero no desamparada, porque a su alrededor tendrá el amparo de todos nosotros. Una Madre, como la nuestra: la me¬jor de las madres de la tierra. Es el amor, el dolor, la comprensión, el cuidado, la compañía de una Mujer, de una Madre, ante la paz, la serenidad, la dul¬zura y la placidez de la Pasión de su Hijo.
Afinidad tan grande entre la Madre y el Hijo, que la madre sufre en la carne del hijo, su propia carne.
Y con amor, nos volcamos con Ella, acompañándole en su dolor y así, entre todos, mitigar sus sufrimientos de Madre.
Los aires besan tus sienes
para aliviar tus heridas
y en saetas se convierten
y se posan en tu frente
como una golondrina.
Saetas fueron los vientos
cuando cubiertos de incienso
levantaron los faldones
y subieron a los cielos.
Clavel, oración y queja,
suspiro, lamento y rezo,
y amargo llanto de cera
sobre pañuelos de viento,
que están soplando saetas
desde balcones de ensueño.
Bien conocen los nazarenos y costaleros esos rostros serenos, algo cansados ya, que en alguna ocasión te han mirado con una sonrisa, adivinando tu identidad... Hijas, novias, esposas, madres... que no pocas veces te ayudan a soportar el cansancio con un inefable sentimiento de cercanía. Ellas están donde no llega nadie.
Las hemos visto tantas veces... Son para el hermano que realiza la estación de penitencia la imagen humana de una Hermandad oculta entre antifaces, muda, uniforme, donde adivinas, pero no ves el rostro del hermano, no escuchas su voz... Las mujeres te saben hermano más que nazareno, te escuchan, aunque no te hablen. Me recuerdan a la madre y a la esposa, siempre a tu lado en las primeras estaciones, esperándote antes, durante y después con el agua, el bocadillo... que cuando fuiste un poco mayor te hacía sentir un poco ridículo... y soportaba tus gestos de desagrado, diciéndole sin palabras que ya eras mayor... Ahora agradeces saber que alguien sigue contigo mientras haces penitencia. Esa es la familia.
El peso de la Cruz
Estas palabras las entiende, como nadie, el cirineo, el hermano y costalero, que con su cruz y la de los demás, con sus tristezas y anhelos, siempre está pendiente de la próxima levantá.
Hermano y costalero, cirineo, vas por el camino de las intuiciones, cargando en tu silencio con la vida. Vas donde el corazón te lleva, aunque la puerta sea estrecha y angosto el camino.
Tu deseo, cirineo, es ese momento que vives como si estuvieses en el cielo, donde llueve para todos, bueno, que llueva, pero no en Semana Santa, sale el sol para todas las inteligencias y la luz de la vida reparte sus colores sin diferencias, sin grises ni azules. Es el momento en el que sientes más que piensas y por ello no sufres nada.
Sois, hermanos costaleros, una escuela de la vida donde se aprende con humildad y sencillez el espíritu de sacrificio, el coraje, el trabajo bien hecho. Sin miedo, aunque te equivoques, sin abandonarse, con trabajo compartido, sin desaliento, como niños que se comunican con humor, sin mentiras, ni rencor, con el perdón en el hogar de la hermandad, por el camino correcto por el que nos conduce el capataz, sonrientes y optimistas, con fe y amor, sintiendo el deber cumplido, como anónimo cirineo, llevando en tu carga el misterio de la pasión, aliviando con tu esfuerzo la pasión de tus hermanos.
Y es que aflora el sentimiento de sentirse verdaderos hermanos.
Antes y después con los años,
muchas veces nos falta el aire... un poco de aliento,
y aunque miremos hacia atrás o a los lados... sin ver nada..
alguien va contigo... de la mano...
un amigo, un hermano.
En los momentos de alegría,
cuando festejas cada paso, cada estación, cada logro,
hay alguien que te lleva en sus hombros...
saludándote, abrazándote, siempre sonriéndote...
un amigo, un hermano.
En aquellos viejos y en estos nuevos tiempos,
en donde las lágrimas viajan por Su rostro,
a su lado, junto a sus pies... alguien sufre...
y pide al cielo que ya no llores...
un amigo, un hermano.
Durante las épocas de dolor,
cuando los lamentos no te dejan,
alguien lucha tratando de animarte,
feroz héroe contra el mundo...
un amigo, un hermano.
Bajo la intimidad que ofrece la noche sin luna,
mil historias son contadas por los Ángeles...
para que alguien te las susurre al oído...
un amigo, un hermano.
Arrastrando la mirada por los viejos caminos,
en busca de palabras bellas y expresiones únicas...
tratando de decirte que nunca te olvida...
hay un buen hombre...
un amigo, un hermano.
Ser hermano es no
tener miedo a la verdad,
no tener nada que ocultar.
Ser hermano es Respetar en silencio las decisiones tomadas
aún cuando no se esté de acuerdo con ellas.
Ser hermano es no cuestionar.
Saber escuchar y saber callar.
Ser hermano es apoyar
y dar un abrazo fraterno.
Ser hermano es saber decir en el momento preciso las palabras adecuadas,
sin tener que buscarlas.
Ser hermano es aceptar que nadie es perfecto
y que por lo tanto nadie está exento de cometer errores.
Ser hermano es apoyar en las decisiones y momentos difíciles.
Ser hermano es respeto mutuo.
Es compartir, dar sin esperar recibir.
Y ser hermano para nosotros es...
¡¡Justo lo que hemos encontrado en Ti!!
Mi reflexión: la estación de penitencia
En Ti, Señor de Pasión. Tú viviste una Pasión, tu Pasión, que nosotros hemos hecho nuestra porque por nosotros la sufriste. La recordamos, la recreamos, pero quizás no de la forma que deberíamos, quizá no de la forma que a Tí te gustaría, y perdonarme si desde el púlpito de vuestro pregón me permito elevar mi reflexión.
Y es que no quiero renunciar a la esperanza y la ilusión de que algún día, más cercano que lejano, puedan nuestras Hermandades hacer verdadera Estación de Penitencia.
A todos los que han sido y han estado antes, Gracias, mil gracias, porque si no es por vuestra labor en los momentos más difíciles hoy no tendríamos nada. Gracias por hacer lo que teníais que hacer, por levantar lo que estaba hundido, casi extinguido. Esa fue vuestra labor y la habéis cumplido a la perfección.
Pero ya han pasado esos tiempos de resurgimiento y es hora del cambio. Ahora toca devolverle a la Almería cofrade su grandeza, su sentido y su espiritualidad para que los hermanos volvamos a ser cofrades, los cofrades volvamos a ser hermanos y las cofradías penitenciales.
No podemos contribuir, ni por acción ni por pasividad, ni siquiera por ignorancia, porque pensemos que ello siempre ha sido así, a convertir nuestras cofradías en meros desfiles procesionales superficiales y carentes de todo sentido penitencial, sin advertir la gran contradicción que supone salir en penitencia sin hacer Estación de Penitencia. No nos podemos sentir hipotecados por los errores del pasado.
No quiero que los cofrades seamos simples figurantes de un teatrillo, centrado en el lucimiento más superficial de los cortejos, de los pasos y de las imágenes. No quiero salir en desfile, no quiero salir a pasearnos, no quiero contribuir a que se mantenga la falaz idea de que las Cofradías, las Hermandades, la Semana Santa es una expresión de cultura, de un folclore sin fundamento, porque, si fuera así, no tiene ninguna utilidad y lo que no sirve se extingue.
Nos sorprende cuando vemos en otras ciudades larguísimas colas de nazarenos que se dirigen a su Catedral con el máximo respeto y el único objetivo de visitar y rendir pleitesía al Santísimo, todos juntos en hermandad, y volver a su templo, todos juntos en hermandad, y nos preguntamos por qué en Almería no. Tenemos la respuesta frente a nuestras narices. No sigamos dormidos. No quiero sentirme privado de la función principal de los cofrades: Manifestar públicamente mi Fe.
Hermanos: Quiero, con mis hermanos, hacer Estación de Penitencia ante el Santísimo. Ese es el verdadero por qué y para qué: Rendirle Pleitesía, pedirle Perdón, darle Gracias, Alabarlo y Glorificarlo.
Quiero hacer las cosas con criterio cofrade. Este es mi criterio, que no tiene que ser el tuyo, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero hacer las cosas con fundamento cofrade. Este es mi fundamento, que no tiene que ser el tuyo, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero hacer las cosas conforme a unos principios cofrades. Estos son mis principios, que no tienen que ser los tuyos, aunque me gustaría que lo fueran.
Quiero mantener viva la esperanza. La esperanza de que esto tiene que cambiar, que no nos lo va a cambiar nadie, que tenemos que cambiarlo nosotros. Esa es mi esperanza, que no tiene que ser la tuya, aunque me gustaría que lo fuera.
Quiero expresar públicamente que mantengo viva la llama de la Fe que me enseñaron mis padres y que intentamos trasladar a nuestros hijos, siguiéndoles a ellos en el ejemplo. Esa es la Fe, mi Fe, que también es la tuya.
Quiero ir no simplemente a hacer algo que es típico del almeriense desde antaño, dar una vuelta por el Paseo, no. Quiero ir donde tengo que ir, como un cofrade almeriense, con mis hermanos, que también son los tuyos, y acompañando a mi Señor y a Su Madre, que también tuyos son.
Quiero rezar ante el mismo Jesucristo. Ese Dios, que es mi Dios y que también tuyo es.
Mi sueño
Quizás sea un sueño. Pero también son sentimientos.
Sentimientos que también están presentes en los cultos,
en una marcha procesional,
en el quebrado lamento de una saeta,
en anómimos antifaces y túnicas a la débil luz de los ci¬rios,
en el incienso percibido como perfume,
en la cera que arde con olor inconfundible en la candelería de un pa¬lio,
en la fragancia de una flor llevada desde el exorno de un paso al cobijo del hogar para una madre, para una esposa o para una hija,
en la sensación extraña de la boca reseca y la cintura en¬tumecida cuando te desprendes de la faja aca¬bada la dura penitencia;
y sentimientos igualmente presentes en un paso bien llevado,
en el andar costalero a ras de tierra
y en la cima mayor de una levantá al cielo,
en el vaho caliente bajo el faldón de la trabajadera, que son ...
repiqueteo de varal y bambalina,
seco golpe de llamador
y voz de mando frente a la trabajadera,
que se vuelve silencio penitente
u oración en voz alta
ante el paso de tu Virgen
o debajo del paso de Cristo.
Son sentimientos y sueños que algunos llevamos dentro.
Y es que ayer tuve un sueño.
Y despierto,
quise venir corriendo.
No podía preguntar,
necesitaba verlo.
Y al verte, Señor mío
quise soñar despierto.
Y Soñé despierto,
que llegaba la mañana,
y que en calle de poeta
hoy el aire se estrenaba,
una nueva luz se hacía,
un nuevo sol nacía y
afloraba el sentimiento.
Y Soñé despierto
que llegaba la mañana,
y al acercarme escuchaba
sonidos que proclamaban
capirotes y sandalias,
antifaces penitentes,
azahares y aromas de incienso.
Y soñé despierto,
que llegaba la mañana,
que se fundía el fuego de cera,
y me crucé con la gente
por la puerta de tu templo
que de corazón rezaban
mientras iban en silencio.
Y soñé despierto,
que llegaba la mañana,
y vi sus caras tan serias
como el sol en el ocaso
que decían que pasaba
algo grande y nunca visto
aun sin llegar a tu encuentro.
Y al entrar vi mi sueño:
Señor de mano apoyada
aquí en su casa a lo lejos ya lo veo,
con su camisa planchada,
sus dos pies ¡qué bien los planta!
como los grandes toreros,
porque puede y porque manda.
Al Señor en besamanos
en pie le he visto su cara.
Los que estaban esperando
la puerta ahora traspasan,
y buscan este rincón
para ver qué es lo que pasa.
La gente besa sus manos,
de oro un cordón lo amarra,
Te fijas que las mujeres
al Señor van y le hablan.
Y Él está allí, tan humano,
que hasta parece escucharlas,
Y una madre le decía,
aún escucho sus palabras:
"Muchos años, Hijo mío,
tus manos quiero besarlas."
Viendo al Señor se diría
que este Señor tiene alma,
del modo con que lo miran
las madres y las infantas;
del modo con que un hermano,
silencio en la mirada,
le va limpiando sus sienes
con una telita blanca.
Y es que Dios, por primavera,
cada año viene a esta plaza
para enseñarle sus manos
a aquél que quiera besarlas
y ver que Dios tiene manos,
tiene unas manos humanas...
Y es que Almería estrena,
para Él, Semana Santa.
El final
Con todo lo que hemos visto, con todo lo que hemos sentido hasta hoy, con todo lo que hemos soñado, no era sino el prólogo de cuanto a partir de ahora vamos a vivir. Hasta ayer pudimos todavía detener el tiempo de la Semana Santa. A partir de hoy es ya el tiempo el que nos domina a nosotros.
No terminaremos de dudar que sea verdad este sueño del Señor de Pasión; no terminaremos de dudar de que existan las manos del Señor de Pasión, cuando volveremos a dudar de que sea verdad que está en la calle el Señor...
Nos preparamos para un sentimiento renovado, y es que la tarde del Lunes Santo, y sobre todo esa noche, los almerienses, a menudo conformistas y fríos, nunca acabaremos de creernos que es verdad todo cuanto estamos viviendo.
Cuando tienes que decir adiós...
y la palabra adecuada no ocupa tu verbo
y el tiempo se detiene sin excusa...
cuando tienes que decir adiós
y el sol se esconde
y el viento sopla sin destino...
cuando tienes que decir adiós..
y sus indómitas manos
no sueltan tus pensamientos …
cuando tienes que decir adiós...
y en silencio tu alma grita
y sin lágrimas tus ojos lloran
y tu alma se seca sin consuelo...
cuando tienes que decir adiós …
sólo me atrevo a darte gracias.
Gracias a Ti, María de los Desamparados.
Gracias por ser nuestra luz, nuestra guarda y guía, por ser nuestro refugio y faro en la singladura de nuestra vida.
Gracias por poder vivir a tu lado, recibiendo de Ti ternura tras ternura.
Gracias por ser la Madre de Dios, la Reina del Cielo y en Almería la Señora de la Pasión.
Gracias por ser nuestra madre, por habernos alimentado, cuidado, abrazado, protegido, amparado.
Gracias por permitirnos ser tu peana y disfrutar de Ti tantos años.
Y gracias, en definitiva, porque sé que estás ahí, que estás aquí, porque sé que vas a volver a pasear por nuestras calles, y porque sé que vamos a estar contigo de nuevo, cumpliendo nuestro deseo de veros alabada y amada de todos.
Te suplico, pues, Señora de los Desamparados, que supláis nuestras flaquezas, que aceptéis nuestros pobres servicios y que bendigáis nuestras fatigas, imprimiendo en el corazón de todos vuestro amor, a fin de que después de haberte honrado y amado sobre nuestra tierra, podamos alabarte y bendecirte eternamente en el cielo. Así sea.
He dicho.
En la ciudad de Almería, a los veintiocho días del mes de marzo del año de Nuestro Señor de dos mil nueve, Sábado de Pasión, festividad de San Sixto III, Papa.