Saludo del Hermano Mayor
Este primer sábado de febrero y en coincidencia con la mensual misa de nuestra Hermandad, a las puertas de la Santa Cuaresma, la hemos considerado como la fecha propicia para presentar por vez primera el cartel del Lunes Santo, dándole por tanto mayor relieve al mismo y al concurso fotográfico que desde años venimos organizando.
Quiero en primer lugar agradecer a nuestro Director Espiritual Rvdo. Don Francisco Alarcón, la gentileza de cedernos este hermoso salón parroquial para este acto y naturalmente agradeceros a todos vuestra presencia.
La presentación de nuestro cartel estoy seguro que desde este momento se va abrir un hueco en la agenda de actos de la Hermandad, y se constituirá, sin duda, como esa primera levantá que a todos nos predispone a arrimar más que nunca nuestro hombro con Pasión en estos días de febril actividad.
Seré brevísimo, pues dos son hoy los amigos que han de tener todo el protagonismo. En primer lugar la persona designada para glosar y poner palabras a lo que es imagen, se trata de José Ramón Suárez Ortiz, un comunicador nato al servicio de la información cofrade. Administra, o mejor, regenta, la extraordinaria página virtual de El Orden del Día, que no es otra cosa que, siendo fiel a su cabecera, informarnos del día a día de nuestras Hermandades, del acontecer cotidiano de cada una de ellas. Es un joven, ya maduro, de estos de hoy en día que se han hecho fuertes y han convertido en cuartel general la casa paterna, ni con agua caliente lo van a poder sacar sus padres de allí, dónde más a gusto ¿verdad José Ramón?, además para evitar cualquier tentación no se echa ni novia. Forma parte de la Tertulia Cofrade Venga de Frente, colaborador fijo de la revista Librea y desde el año pasado director del programa de Canal Sur Radio, tan acertadamente titulado, Pasión. Después de todo esto estudia en la Universidad de Almería la Diplomatura de Gestión y Administración Pública.
Por otro, Fernando Salas Pineda, amigo y casi hermano que amén de llenarnos de extraordinarias imágenes de nuestros titulares, lleva a cabo la tarea de nuestra bitácora con el acierto que cada uno de nosotros podrá juzgar, en él confluyen en esta edición los dos premios de nuestro concurso fotográfico.
Sin más, le dejo con la palabra que habéis venido a escuchar, la de José Ramón Suárez Ortiz.
Manuel Arqueros Cayuela
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Presentación del cartel Pasión, Lunes Santo 2009
Presentación del cartel Pasión, Lunes Santo 2009
Aclaración, advertencia, aviso; esto que ahora les digo ha sido escrito después de lo que sigue. Yo no sé hablar en público, no domino ese arte de la oratoria. Me siento como un personaje de Galdós en La incógnita. Me caracteriza, además, la imperfección de mi dicción. De la que, no obstante, me vanaglorio. No sé escribir pero escribo mejor que leo. Y hoy, en deferencia a Fernando y a Manolo, he accedido a leer ante ustedes lo que he escrito. No hay más. Ni siquiera lisonjas.
Pese a todo, en ningún momento se me ocurrió declinar el ofrecimiento; cuando una gran Hermandad te abre las puertas de su casa sabes que eres la apuesta personal de unos pocos. Simplemente por molestar al resto, bien merece el esfuerzo de mejorar la dicción y superar la vergüenza.
Pero vengo con miedo. Hoy es noche que han de protagonizar la Hermandad y el autor del cartel y no vengo a hablar de ninguno de los dos en los términos habituales. Pretendo huir de aseveraciones del tipo ‘unción religiosa’; no la encuentro en ninguna obra por más que se empecinen en escribir sobre ella y comienzo a tener serias sospechas de que no existe. No hay unción religiosa en el arte. No la hay a menos que aceptemos por tal el mimetismo similar de la poesía de Leopoldo Panero o los versos de Miguel Hernández en esa mediática escala de grises que es el Guernica. Así que no seré pretencioso y alardearé de lo que nunca he encontrado. Del segundo huiré del elogio inflado. Hablaré de él con mis verdades, que no son en absoluto absolutas pero sí muy ciertas. Y de la fotografía que ha sido reproducida a modo de cartel me encuentro como ustedes; expectante. No la he visto aún. Me he reservado esa sorpresa para compartir con todos ustedes el aplauso. Por todo ello, he huido de hablar de lo que no sé. Mientras tanto, por favor, que el Sr. Hermano mayor y el autor de la fotografía nos muestren el motivo de esta reunión.
Quiera Dios que a lo largo de la Historia que queda por escribir, las dudas queden resueltas con la claridad diáfana con que las imágenes muestran el arraigo y la pertenencia. Sepa el ser humano que ninguna creencia podrá arrebatar el valor de la imagen aunque algún que otro credo se haya pretendido quedar con el mensaje. Sepan los hombres que aunque Francisco Pacheco ya resolviera el enigma, aclarara la duda, despejara la sombra, las entrañas se nos seguirán removiendo con dolor de siglos ante la Inmaculada de un lienzo y que más allá de lo que afuera fuera, en el lienzo se hizo eterna. Poco más o menos ocurre con la madera, acta notarial de cedro que resiste creencias y descreencias, ateísmos, agnosticismos, dudas y golpes de pecho. Las cofradías son un dialecto, una lengua, un acento, un idioma, una forma de expresarse o de comunicarse que sólo los que las conocen entienden. Creo que no es el alemán la lengua vehícular de ninguno de los aquí presentes y no por ello al que lo habla despreciamos. Es la respuesta suficiente, cierta, que da la crítica al arte que no entendemos. A esos cuadros ante los que pensamos que nuestros hijos los hacen mejor. Es la única respuesta que cabe al desconocimiento que se adueña de nuestros dogmatismos al opinar. Precisamente opinar, que es a lo que yo vengo.
De aquellas estampas devocionales: verdadero rostro, verdadera imagen de, que luego se seriarían, se numerarían, se limitaría en búsqueda de la no devaluación. Si en el siglo XV cambió la conciencia visual del mundo, en el XX se produce una nueva mirada. Es la “universalización de la distribución para llegar a las mayorías”, según Juan Carrete Parrondo. Son carteles, por ejemplo, como éste que hoy presentamos. Aunque a mi no me gustan los carteles que se editan en Almería.
En esto de los carteles, como en todo, se suele dar la enhorabuena a aquellos que consiguen ver una fotografía realizada por ellos hecha cartel. Supongo que la alegría será cuantitativa. Muchas y muy grandes reproducciones de una obra tuya, alegra a los que, faltos de sentido crítico para juzgarse a sí mismos ven confirmadas sus sospechas de ser unos grandes fotógrafos. Ocurre con todo lo que cuenta con la aprobación de los demás. Por eso, que una foto tuya protagonice un cartel no es, de por sí, motivo de elogio. Entre las hermandades que no lo deciden mediante concurso y las que, haciéndolo, se mecen en brazos de jurados en absoluto cualificados para opinar más allá de sus gustos, que un cartel sea, como digo, tuyo, a mi no me merece elogio alguno. No eres el mejor. No necesariamente has de ser bueno. Siendo generoso, es consecuencia directa de esa universalización de la distribución a la que antes aludía y te ha tocado la suerte, la china o para ti la perra gorda en forma de cartel.
A mi, por eso, que un cartel lo protagonice ésta o aquella imagen no me alegra más allá de la satisfacción estética (y cuando hay motivos). No creo en la cualificación de los jurados que dictaminan los más subjetivos veredictos alimentando la cartelería de esta ciudad. No creo en su presencia ni en su ausencia, en esa dedocracia, en el arte clientelar y campechano del compadreo. No creo tampoco en cuotas autoimpuestas por las hermandades. Un año el Señor, al otro su Madre. Si de fotografía se trata, se trata de la mejor. Por eso a mi los carteles de las cofradías no suelen gustarme. De hecho, es tan poco mi interés por ellos que este que hoy presenta la Hermandad de Pasión, éste que hoy presento yo, lo acabo de ver a la par que ustedes. Ya tendré tiempo de hartarme de aquí a Semana Santa cuando lo vea en los escaparates.
Conocía al autor, sabía que era una fotografía del paso de palio y, se me indicó que, con la candelería encendida. La imagen, ya la están viendo, es la que es. Recoge un momento del pasado Lunes Santo en el que el palio de María Santísima de los Desamparados iba con la candelería encendida. Cabría ahora lanzarme a la métrica de un soneto digitalizado. Muchos piensan que no es difícil y por eso martillean los pregones con versos y métrica de escasa calidad. Yo, como no había visto ni el cartel y la cautela me lleva a mantenerme lejos de la poesía ante según qué auditorio, me veo obligado aunque con gusto, a transitar la senda de la opinión. A eso he venido hoy aquí; ya lo he dicho: a opinar. Por ejemplo, del autor, de Fernando Salas Pineda.
Yo no sé porqué llega Fernando a la fotografía; nunca se lo he preguntado y no diré si él me lo ha comentado alguna vez porque de haberlo hecho y yo no recordarlo, quedaría en entredicho esa amistad que nos une y hoy me ha traído a esta mesa. Pero es que no me hace falta saber porqué llegó. Yo sabía que hacía falta. Yo sé que me agradan sus fotos y que no necesito más. Las fotografías de Fernando son instantes que se pueden medir por el tiempo que les precede, por la originalidad del encuadre. Fernando pertenece por espíritu a esa generación imprecisa que en los últimos años me ha devuelto al placer por la imagen impresa. José Antonio Peralta, Dani Pérez, Javi Barranco, Cristóbal Ruíz han potenciado el carácter social de la imagen; Fran Leonardo y Javier Alonso, en lo profesional y Guillermo Méndez y el propio Fernando, en la delicadeza de sus tratamientos tienen gran parte de culpa.
Superada la mediocridad creativa de los noventa, el nuevo siglo ha entrado potenciando un arte moderno que fue antiguo. O al revés. O las dos cosas. La era digital trajo la democracia a la fotografía y con ella, la proliferación de imágenes. Contaba con gracia Diego Alba Villagrán una anécdota en una tertulia de cabales. Le preguntó alarmado a Amós Rodríguez Rey por la cantidad de discos de cantaores que estaba saliendo al mercado. Eso es bueno, Diego; que salgan muchos y así tendremos donde escoger.
Si eso lo digo yo, no resiste el primer ponientazo y de vientos de poniente sabe bastante esta cofradía. Raro es el Lunes Santo que no sopla de poniente en la calle del poeta Rafael Alberti. Pero esas cosas, cuando vienen de cabales, uno se las cree. Resisten tempestades. La era digital ha llenado de compactas y réflex los aledaños de los pasos. Benditas sean pese a la incómoda pantalla de las primeras y que, junto a móviles, revierten una luminosidad azulona. Cuantas más fotografías, más habrá dónde escoger. E Internet, que nació para compartir información. Y los blogs son el mejor escaparate. Si antaño se miraban novedades en ultramarinos San Antonio, ahora se ven en los blogs. Y Fernando administra uno de fotografía.
La llamada de Manolo Arqueros me sorprendió con un ensayo sobre Valle-Inclán. En un capítulo que comenzaba: “lo propio de Valle es pensar en imágenes, como Heráclito”. Como Fernando. Fernando es un esteta que piensa en resultados que es una manera respetable de decir que es un visionario en sus dos acepciones. Abuso de Carrete Parrondo, acudo de nuevo a él, cuando afirma que “el nuevo arte es concebido por el artista imaginando y operando en digital”. Se redondea así la explicación de lo que hoy se presenta. Fernando proyecta carteles cuando sale de su casa. Fernando sabe lo que quiere, no se lo encuentra y fuerza su máquina aunque a Fernando nunca le gustan sus carteles. A Fernando nunca le gusta nada de lo que hace. Cuando nace un proyecto entre sus manos, en sus ojos ya están los defectos y en su cabeza las mejoras. Fernando tiene que luchar contra sí mismo, plantarse cara y fijar un punto de no retorno para hacer las cosas. Si no Fernando no entregaría un artículo o presentaría una fotografía en la vida. Los niveles de exigencia de Fernando le llevan a apurar técnicamente sus cámaras. Una, más dócil, le ha hecho paladear carteles como los de Cajasol o éste de Pasión. La otra, mucho más brava, le está plantando batalla. Aunque su Canon D40 no sabe que la tiene perdida. Si yo fuera boxeador no quisiera que me entrenase Fernando; nunca arrojaría la toalla. Eso sí, me llevaría a lo más alto. Aunque esos son sitios a los que uno no está muy seguro de saber si quiere ir.
No sé si Fernando ha llegado a conocerme; sé que ha llegado a aceptarme. Y eso es mucho. Yo presumo de ello. Cuando dos personas tan diferentes son capaces de construir algo que no sean muros, el mundo sonríe. Y yo, que por no usar, no uso ni reloj, soy todo lo contrario al Diputado mayor de gobierno más puntual que he conocido. Yo, que no se escribir más allá de la frontera del hoy para mañana y él, coautor de la enciclopedia Artes y artesanías de la Semana Santa andaluza, de la editorial Tartessos, una obra de nueve voluminosos volúmenes que, cito: “nos lleva al estudio de los diferentes oficios que contribuyen a la importancia de la Semana Santa en Andalucía”. No sigo. Las comparaciones son odiosas o, como en este caso, imposibles. Somos diferentes, tan distintos que nos tenemos el uno al otro para echar mano cuando no llegamos por nosotros mismos.
El peligro de los afectos es que a veces trae percepciones deformadas al papel y hablar del fotógrafo amigo termina siendo hablar del amigo que echa fotos. Yo he asumido el riesgo. Para eso estamos. Las críticas ya las pondrán otros cuando vean el cartel y no les guste. O cuando conozcan el nombre del autor. Fernando no causa indiferencia. Me temo que otra presencia, hoy, aquí, tampoco. ¿La causará el cartel?
Lo bueno de no haberlo visto cuando preparaba estas líneas es que me fue imposible emitir un juicio al respecto. No sabía si me gustaría o no y porque la oratoria no es lo mío, prefiero ceñirme a este guión, transitar la senda de las páginas y no alzar mucho la vista para no perder un hilo que me mantiene vivo tras esta mesa. Así que muy gustosamente no me salgo de lo previsto y continúo sin decir si me gusta o no. Poco cambiaría saberlo a estas alturas. Mejor es quedarse con que aquí está el cartel; aquí lo tienen, listo para empapelar escaparates. El cartel como ensoñación deformada de una noche no sé si de primavera. La Virgen de los Desamparados cruzando lo que fueron puentes que, como tendones, evitaban la dispersión de la ciudad cuando la sirena de Oliveros sonaba omnipresente en la vida de una ciudad diferente. No puedo hablar mucho más del mismo.
Entonces esto de los carteles era algo minoritario. Estuve tentado de poner residual pero entiendo más que testimonial. Y hoy, aquellos carteles reconstruyen a base de años, de minorías, de pérdidas y de archivo el aura del artista. Walter Bernjamin hablaba del ‘aura unica’. Trayéndonos aquello a Oliveros, a Santa Teresa, ¿a más carteles, menos arte, menos aura del artista? Los artistas pronto pensaron que no. Eso sí, cabe preguntarse entonces dónde está el arte de un cartel; en el cartel en sí o en la idea que mil veces reproducen. Para ello sería interesante, como Manuela Mena, preguntarnos qué es la realidad, cómo la ve el artista y, sobre todo, qué es lo que le resulta importante de ella. Pero eso me llevaría a ratificarme contra los jurados empecinados en demostrarme, hoy por hoy, en esta ciudad, que no están cualificados para el poder que se arrogan. Y es que esa realidad, esa importancia que el artista le ha dado a una parte o a otra, a un hecho u otro, a un objeto o a otro o a un sujeto o a otro se diluye en el maremagno de decisiones, intereses, inoperancias, desidia, apatía, ignorancia o amiguismo de los decidores. No me invento nada. Repasen los carteles de los últimos ¿veinticinco años? Y comprueben la aptitud (porque la actitud, de sobra la conocemos) de los que, en última instancia, deciden qué es lo que será reproducido.
Opinando, que es algo que no hemos dejado de hacer durante esta presentación, el cartel, la fotografía que ha servido de base al mismo, el autor y los que han decidido que así sea todo (hasta que hoy esté yo aquí y no otro), cabe preguntarse por la realidad. No en un plano artístico que nos llevaría días de debate sino social, que nos llevaría toda una vida y lo dejaríamos sin resolver. Por tanto no vengo a —porque no sé, porque no puedo— definir la realidad. Simplemente a opinar de ella, sobre ella, a causa de ella.
La cera chorrea, caen gotas desde la considerable altura del espacio sideral de los priostes y se estrellan, estallan las sólidas gotas en la mesa. Los palios no son alegres. No pueden serlo. Encierran contra su voluntad el útero bendito de su vientre. Bajo palio el primer sagrario, vacío, desnudo, rasgada la vida. No puede haber alegría pese a la fanfarria. Los pasos de palio son ruido y luz para la que busca silencio y soledad, la oscuridad de un rincón. Los palios aquí están hechos de espaldas, construidos a martillazos desprovistos de toda caridad. Toda la sensibilidad de bordadores, orfebres, ebanistas, plateros, vestidores, cereros y floristas está depositada en el cepillo de la conciencia. Y ellos, sus manos, sus obras, nuestros pasos de palio son como las monjas de las Claras. O Las Esclavas, que rezan por nosotros, que cubren la cuota de piedad, de súplicas de un pueblo sin piedad y engañado que crece en la suficiencia de no tener que suplicar. Porque piensa que suplicar es pedir para él, que no necesita nada. Porque, en realidad, aquí, en este salón, debajo de esta iglesia tan nueva, tan moderna, tan sólida estamos seguros y no tenemos que suplicar que cesen unos abusos y violaciones que nos cuentan pero que no vemos. Porque el mundo, en realidad, está muy lejos.
¿Cómo van a ser alegres, aun siéndolo, los pasos de palio? Qué enorme contradicción, qué grandiosa mentira pese a la luz. O por ella. Hágase la luz. Una orden que pone en marcha toda la creación y los pasos de palio son una creación del hombre. Reconstruidos al gusto heredado, a la moda imperante, a la costumbre, a lo tradicional. Con sus medidas inalterables. Con esa búsqueda incesante de la proporción y sus sonidos. Los palios suenan por todos lados. Cruje la madera de su esqueleto, la orfebrería que cimbrea, las caídas del palio que desplazan el aire, los flecos que golpean a los varales. Los palios hacen ruido para que no escuchemos el llanto de los niños que no duermen, con un tic tac muy similar al de un reloj al fondo de un pasillo, al fondo de una vida a la que hay un viejo. Los palios hacen ruido para no pensar. Y los iluminamos porque nos aterra una noche. Pero, pese a todo, son preciosos.
Son efímeros como pocas obras de arte lo son. Y bellos. “La belleza es una cuestión de ritmos, de proporciones y armonías”, decía en su estudio el escultor Juan Asensio. Los pasos de palio son proporcionados, armónicos. Las fotografías de Fernando, además de por el encuadre, se caracterizan por ser instantes que se pueden medir por el tiempo que les precede. Los pasos de palio son bellos. Este cartel ha de serlo de todas maneras conteniendo, reproduciendo un palio.
Éste de los Desamparados va camino de. La Virgen de los Desamparados es una Virgen de artistas, de librófagos, mejor vecina de la calle Rosario que de la de un poeta sobrevalorado a base de cuestas y altos edificios. No es hija de vientos y sí madre de tranco que anda entre velas de cumpleaños. Es una tarta de fresa para un cumpleaños que se celebra al otro lado de la Rambla, en la parroquia extraña en la que me bauticé. Qué alegría poder narrar así los pasos efímeros, las presencias fugaces de nuestros pasos, de nuestros titulares en otros puntos del planeta. Sin tomar partido ante los jardineros que cercenan el más bello campo, arrancando las hierbas del desconocimiento. Qué alegría poder explicar la hondura de esa boca cerrada, de esa mirada bajada, de esa cara triste. La Virgen de los Desamparados a mi me gusta como pocas. Como sólo me gustan la Soledad, el Primer Dolor y la Merced de Pérez Comendador. A mi me han dicho que la de los Desamparados es una Virgen fría, distante. Y yo sin saber lo que me gustan las Vírgenes frías y distantes. De lo que se entera uno.
(La mano izquierda de Dios)
Su Hijo, en cambio, despierta los más elogiosos comentarios. Siempre he entendido a cuantos se han sentido fascinados por el Señor de la Salud. En un sentimiento próximo a la empatía he querido admirar la belleza de este Nazareno caído. Yo nunca lo he conseguido aunque, repito, he entendido a quien sí lo ha hecho. Para mi es una belleza edulcorada pese a la grandilocuente teatralidad de su resultado final. Lo que pretendidamente se llama “unción religiosa”. Ya al comienzo advertía de tener serias sospechas de su inexistencia en el arte.
La mano izquierda de Dios. Con ese lema se presentó en la Hermandad esta fotografía. La escogieron para que sirviese de portada al boletín que cada año, llegada la Cuaresma, edita esta Hermandad. A mi me gusta mucho esta imagen. Esta fotografía sí la había visto. De hecho, al hilo de su realización he escuchado a Fernando lamentarse por el tiempo que habrá de pasar para que este tipo de fotografías sean carteles; crezcan en tamaño y difusión, vamos.
Leo a Javier Pérez Segura, que afirma que “el arte ha reverenciado la sombra como esencial para transmitir realidad, dar profundidad al cuadro y sugerir el paso del tiempo”. Tres conceptos presentes en el Señor de la Salud y que Fernando ha recogido deliciosamente en esta imagen que Álvarez-Duarte envejeció intencionadamente; una imagen real, palpable, evidente por la que han pasado los años. Todo se da cita en una esquina cualquiera en forma de fotografía extraña en la que la mano es centro, pese al lema, pese al título, y la cruz presencia accidental al margen. Como una anotación breve, explicativa, que dimensiona los porqués. Con la mano proyectada en forma de sombra sobre el patibulum, con un fondo que no es luz. Contraste con el que es cartel.
Volviendo al cartel, que será más visto, que será reproducido en un formato mayor como aquí ya podemos comparar, les dejo con la duda que yo no he sabido responder.
Cuando en 1913 Marcel Duchamp colocó una rueda de bicicleta sobre un taburete o en 1914 expuso un botellero, o cuando cinco años más tarde le puso bigote y perilla a una reproducción de la Gioconda, Duchamp estaba “reduciendo la idea de la consideración estética a la decisión de la mente, no a la habilidad o agudeza de la mano de la que me he servido en muchos cuadros”, como él mismo diría. Más tarde se desencadenaría el conceptualismo y así, la fotografía (y ahora vamos de la mano de Brandon Taylor) partirá del objeto como escultura que “parte de la premisa de que un objeto existente re-presentado puede ser estéticamente más poderoso que uno recién fabricado”. Dado, para ello, por supuesto, “ciertos supuestos sobre autoría, originalidad y presencia”.
Podemos interpretar esto, hoy, aquí, de dos formas; o de tres. Aventuraba antes dos cuando decía que cabe preguntarse dónde está el arte de un cartel; en el cartel en sí o en la idea que mil veces reproducen. Añado o, más bien, desmenuzo esta última. En la fotografía representada en cientos de carteles o en el paso de palio como el representado. En función de la respuesta, ahí estaremos situando la obra de arte. A mi no me queda más que, con Duchamp, dejar la consideración estética a la decisión de sus mentes.
Muchas gracias.
José Ramón Suárez Ortiz